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Modernidad y tradición en la fundación de Santa Fe
 

 

Luis María Calvo

Miembro de la Comisión Directiva del Instituto de Cultura Hispánica de Santa Fe

Arquitecto. Docente e investigador FADU-UNL

Director Museo Etnográfico y Colonial

El proceso de fundación de ciudades españolas constituye el primer momento de una amplia transformación del espacio y del territorio americano. Hace varias décadas que los historiadores urbanos vienen reflexionando acerca de la fluidez con que la transferencia de modelos fundacionales se produjo entre la práctica y la teoría, entre el hecho y la norma. Aunque es difícil aportar algo sobre esa cuestión en la brevedad de este artículo, es evidente que la fundación de poblados y asentamientos urbanos, si bien supuso un amplísimo y acelerado despliegue de voluntades individuales, debe inscribirse dentro de la cultura europea del siglo XV. El proceso intelectual de proyectación arquitectónica inaugurado por Filippo Brunelleschi, revolucionó la cultura europea y supuso que el dominio y control del espacio era posible de anticipar desde el mundo de las ideas y de la voluntad antes de operar sobre la realidad concreta. La modernidad de esa concepción está implícita en cada fundación americana y, por supuesto, también en la de Santa Fe.

La elección del sitio, que antecede a la formalización del acto fundacional, responde a criterios y consejos vitruvianos revisados por los tratados renacentistas. La jurisdicción asignada a la ciudad es una primera pauta del grado de abstracción que informa este tipo de actos: un extensísimo territorio idealmente cuadrado, de 50 leguas de lado, que hace caso omiso de hidrografías, territorios desconocidos y poblaciones aborígenes preexistentes. También la traza, dibujada en un soporte plano y luego llevada al terreno, evidencia otra pauta de ese sentido proyectual, incompleto y en alguna medida ingenuo porque se limita a entender la ciudad como estructura. La norma, tardía con respecto a la mayoría de las fundaciones (las Ordenanzas de Nueva Población fueron sancionadas en 1573), procuró subsanar esa falencia aunque sin definir instrumentos que le aseguraran un éxito que nunca tuvo.

Es cierto, no obstante, que esos y otros rasgos de modernidad, convivían con ritos y gestos que impregnaban el acto fundacional con resabios del mundo simbólico medieval (con remotos orígenes en la antigüedad romana). Es cierto también, que esa idea de ciudad preestablecida, homogénea e idéntica a otras cientos de ciudades fundadas a lo largo y ancho de toda América española, debió confrontarse finalmente con la realidad de las coyunturas locales.

El fracaso de la intención originaria se relativiza, de todos modos, cuando asumimos que la impronta inicial de las trazas fundacionales subyace en la ciudad latinoamericana como uno de sus rasgos definitorios e identitarios.

 

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